Es imposible no destacar que el país ha estado más tranquilo después de las elecciones. Menos de una hora después del cierre de las urnas, ya había un claro ganador; una hora más tarde, el candidato derrotado reconoció sin ambigüedad alguna el triunfo de su opositor; y, un poco más tarde, el uribismo aceptaba los resultados. La Registraduría saldó la cuenta pendiente con la opinión pública y, lo más importante, la democracia ganó: la abstención se redujo a 42 por ciento, un número que, si bien todavía es alto, muestra un avance en la participación política en nuestro país.
La división geográfica del voto es lo que más llama la atención. Aunque en el agregado nacional el resultado fue 50/47 a favor de Gustavo Petro, algo muy diferente ocurrió en las regiones. Dejando Bogotá a un lado, Petro superó 2 a 1 a Hernández en los departamentos donde ganó (que, por cierto, representan solo 29 por ciento del PIB), y viceversa: donde Hernández ganó, superó 2 a 1 Petro. Esto ocurrió en los departamentos que tienen el 45 por ciento del PIB del país.
Bogotá fue el fiel de la balanza. Sin la capital, cada candidato habría empatado con 9 millones de votos. Petro ganó por 700.000 votos, que corresponden exactamente a la diferencia que obtuvo en Bogotá.
Estos números tienen una enorme trascendencia. La dimensión regional estará presente en todas las decisiones. Por ejemplo, a los congresistas de Nariño –donde Petro ganó con el 81 por ciento de los votos– les quedará muy difícil hacer oposición, independientemente del partido al que pertenezcan. A los de Norte de Santander, donde Hernández ganó con el 78 por ciento de los votos, en cambio, les va a quedar difícil acoger las tesis de campaña de Petro. Escenarios como estos se replican en prácticamente todo el país.
De allí la urgencia del Gran Acuerdo Nacional. Gustavo Petro tiene la legitimidad para sentar en la mesa a todas las fuerzas políticas. Y aunque no soy muy amigo de que los expresidentes jueguen un papel protagónico en la política, Petro puede convocarlos a todos y construir consensos. Uribe, por ejemplo, ya le aceptó la cita.
Hay que pensar en lo que sería deseable que se abordara en el Acuerdo Nacional. No puede ser un temario ilimitado: debe estar acotado en el contenido y en el tiempo, y enfocarse en los temas prioritarios. Pero lo más importante es que sea un acuerdo concluyente y vinculante: no debe requerir nuevas misiones de estudios, y quienes lo suscriban deben comprometerse a convertirlo en realidad en las instancias que corresponda. No debe ser aspiracional y genérico, sino concreto y práctico. Eso fue lo que hizo al mal recordado Frente Nacional un acuerdo real.
Un primer punto debe ser la reducción de la burocracia estatal, especialmente la de los órganos de control, que se ha desbordado por razones políticas. Un segundo elemento debe ser la redefinición de la descentralización, con menos interferencia del Gobierno Nacional y más recursos para las regiones. Para tal fin, se deberían fusionar el Sistema General de Regalías y el Sistema General de Participaciones (la parte de los ingresos de la nación que se transfiere a alcaldías y gobernaciones). No hay justificación alguna para que sobren billones de pesos de regalías, mientras que las transferencias no alcanzan para suministrar agua potable o alimentación escolar.
Hay muchos temas fiscales pendientes, como los subsidios a los combustibles y los apoyos que se introdujeron durante la pandemia. El acuerdo debe dar pautas para manejar estos asuntos, incluyendo la unificación de los programas sociales –un tema del que se habló mucho en campaña–. La regla fiscal también debe ser parte del temario.
La política petrolera no puede quedarse por fuera. Hoy, Alemania tiene comprometida su seguridad energética por haber cerrado prematuramente las centrales nucleares, lo cual quiere decir que por hacer las cosas más rápido no necesariamente se llega más lejos.
El acuerdo también debe referirse a lo que no se debe cambiar, como la no reelección presidencial, la independencia del Banco de la República, la defensa de los derechos de propiedad, y muchos otros temas a los que me referiré más adelante. Lo cierto es que arrancó una nueva etapa. Ojalá sepamos, como país, aprovechar esta gran oportunidad.
MAURICIO CÁRDENAS SANTAMARÍA